No hay reacción. Y en la Casa de Gobierno tucumana ven pasar la crisis a través de las pantallas de la televisión y de los celulares. No hay acción en una gestión a la que le queda poco más de dos meses de mandato porque el jefe del equipo sigue perturbado por su falta de protagonismo nacional. Al cierre de un domingo electoralmente tormentoso, Juan Manzur miraba los resultados de una estrepitosa derrota, mientras sus colaboradores le decían que Sergio Massa no atrapó el corazón peronista en Tucumán. Curiosa clase de amor partidario. El ex jefe de campaña de la elección que el 11 de junio pasado contribuyó para catapultar a Osvaldo Jaldo a la gobernación, con 22 puntos de diferencia respecto de Juntos por el Cambio, estaba desparramado en un sillón de su despacho privado lamentando la derrota oficialista en todo el país. Repasaba el mapa y exclamaba que el PJ había perdido en distritos que nadie hubiera imaginado un resultado adverso. Tucumán no escapó a esa regla.
Un dato llamativo que marcó lo anestesiadas que estaban las huestes locales de Unión por la Patria: un ex legislador se le acercó al gobernador para comentarle que Javier Milei se imponía en una mesa de la periferia capitalina por casi el doble de votos respecto del actual ministro de Economía de la Nación. No era ideología, sino un pase de facturas o de “massa” seca ante tanta inflación. El peronismo no había contribuido con la generosidad electoral de siempre, para cambiarle el humor a la barriada. Sin combustible, la maquinaria no funciona como lo hizo en junio. Un rosario de quejas invadió el grupo de WhatsApp administrado por el Ministerio del Interior. En la previa de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) hubo comisionados rurales que le reclamaron al titular de esa área y vicegobernador electo, Miguel Acevedo, que reparta los recursos prometidos. No los electorales, sino los nomenclados como aprestamiento, un fondo con el que esas autoridades cubren los gastos de funcionamientos de la localidad, como limpieza, cambio de luminarias o ayudas a los vecinos. Esos comisionados ni siquiera tuvieron recursos para lavarle la cara a la comuna en un día en el que los ciudadanos evalúan la gestión. “A mí no me vengan a poner la camiseta de perdedor si el domingo perdemos las PASO”, comentó uno de ellos. Ese funcionario abrió el paraguas como lo hicieron varios intendentes a los que hace dos meses les fue bien en los comicios provinciales, pero este domingo recibieron una paliza libertaria en sus distritos. La situación no tomó estado público porque hubo operadores dentro del Partido Justicialista que se encargaron de “disimular” el malestar interno del oficialismo. Osvaldo Jaldo sabía de este mar de fondo el mismo domingo de las PASO. Cuentan que, por esa razón, le cayó mal el almuerzo y, horas más tarde, entró como una tromba al despacho gubernamental del primer piso de la Casa de Gobierno. El saludo con su compañero de fórmula fue tan frío como las relaciones interpersonales entre los asistentes. Manzuristas, jaldistas y dirigentes que no saben dónde están alineados rondaron por los pasillos del edificio. No había clima de festejos. Manzur y Jaldo sugirieron salir al Salón Blanco para hablar con la prensa aun sin tener datos provisorios en la mano. La excusa fue clara: agradecer la participación de los tucumanos en los comicios, con un alto porcentaje de asistencia a las urnas. Milei encarnó el “que se vayan todos” y el pueblo quiso transmitírselo, en vivo y en directo, a los políticos. No fue con cacerolas ni pancartas. Castigó de la peor manera, donde más le duele a un político, dándole la espalda en las urnas. No fue tan sólo el mal clima económico con una inflación que genera más pobreza y con una devaluación del peso argentino respecto del dólar que golpea de lleno en el valor de los alimentos y, por ende, condena a más argentinos a la indigencia. No se puede pagar un kilo de carne a $ 3.300 a $ 3.500 cuando el salario no se mueve al ritmo de la devaluación brusca el 22% en el tipo de cambio oficial. Hasta el “blue” reaccionó con una corrección del mismo porcentaje.
La especulación sigue colándose en una realidad en la que se vive el minuto a minuto, en la que los industriales, los empresarios y los pequeños comerciantes están con la tiza en la mano o con la máquina de remarcación para actualizar los precios. El pánico se desató de la misma manera que se vio en 2015 cuando Mauricio Macri asomaba como posible presidente y en 2019 cuando Alberto Fernández corría en el mismo sentido. Sin precios de referencia, todo está abierto, menos el reajuste al alza del salario. Es imposible escaparle a la inflación que este mes puede rondar entre un 9% y un 11% y sostenerse en esos parámetros al menos hasta el cambio de mandato presidencial.
El tiempo del recambio es más evidente en Tucumán. El 29 de octubre es el plazo constitucional para que Manzur entregue el poder a Jaldo. Hasta entonces, la actual administración tendrá que aguantar el vendaval de planteos intersectoriales, como el de la reapertura de paritarias, que está en marcha, el reclamo de las empresas constructoras por los certificados atrasados o la necesidad de financiar los servicios básicos indispensables del Estado, que también padecen el fenómeno inflacionario.
Manzur se ausentó de la provincia. Nadie arriesga a adivinar qué hará el actual mandatario cuando se cumpla el segundo mandato. Él calla. O contesta que tiene varias alternativas para mantenerse en la vidriera política. Lo que no puede disimular es que tiene cuentas pendientes con sus ex colegas de gabinete y de carrera electoral. Su teléfono no sonó como en otras ocasiones. Él dice que dialogó con todos. Pero todos ya no hablan de él.
Cada día que pasa, Jaldo acumula tensiones. Es lo más parecido a una olla de presión, que humea, pero no estalla. Cuentan que en estos días, el oficialismo nacional le pidió al gobernador electo que se ponga al frente de la campaña para que el 22 de octubre no haya las sorpresas que deparó el domingo 13. El actual vicegobernador le dijo este fin de semana a su compañero de fórmula que hay que realizar fuertes cambios para mostrar otra imagen de Tucumán. Y que la Nación no tenga dudas de que la provincia sigue siendo un bastión peronista. Su reclamo tiene sentido: se le vienen cuatro años difíciles de administración de gobierno, y ante la incertidumbre de no estar seguro de que la Casa Rosada tendrá el mismo signo político que Tucumán. Ya vio que gobernar sin ayuda federal es cuesta arriba, de la misma manera que aprendió que un bloque de gobernadores puede ejercer más presión sobre el poder central si hay favoritismo en el reparto de los fondos coparticipables y transferencias no automáticas. Paralelamente, Jaldo está tratando de organizar sus equipos de trabajo para profundizar el diagnóstico sobre cómo recibe del manzurismo el Gobierno. En este ejercicio de poder, el presidente de la Legislatura tiene varias dudas estructurales. Una de ellas es la conformación de la línea de sucesión. En el edificio de Muñecas al 900 se dice que está tratando de definir quién será el presidente subrogante del cuerpo en la próxima gestión. Él quiere que la tercera autoridad de la provincia sea de su riñón. Todas las miradas apuntan hacia Darío Monteros, el intendente bandeño que hasta ahora sonaba para reemplazar a Acevedo en el Ministerio del Interior. Jaldo cree que le llegó la hora de ejercer el poder y ponerse al hombro la campaña presidencial en Tucumán. No es un hecho menor. La elección se concretará una semana antes de su asunción como gobernador. Quiere arrancar su nueva función con una victoria, al menos en el distrito con hegemonía justicialista.